La vida cuando tienes trece años es una puta mierda, no vamos a negarlo. Por aquel entonces yo era algo muy distinto a lo que soy hoy. Haced un ejercicio de memoria y viajad a vuestra época de educación secundaria. Pupitres de color verde mate con sillas que cualquier fisioterapeuta denunciaría ante el tribunal de la Haya. Pizarras polvorientas. Profesores hastiados del mundo, intentando dar clase a una pandilla de borregos demasiado jóvenes para ser adultos y demasiado mayores para ser niños. Un cocktail de hormonas, acné y falta de metas en la vida. El profesor de turno, un hombre entrado en años con calva incipiente (además cura, en mi caso) lanza una pregunta al aire. Y entre el ente de miradas perdidas y susurros subidos de tono se levanta una mano. Un chaval, repeinado con la raya a un lado, camisita de cuadros y pantalones de pana, levanta la mano para contestar. Y contesta bien. Lo sabe por las breves palabras de reconocimiento del profesor y por los murmullos que se escuchan a su espalda, dónde están sentados un tío un par de años mayor que él, con pantalón de chándal y bigote a medio salir, y una niñata con aires de top model con serrín en lugar de neuronas.
Ese soy yo. El empollón. El friki. El puntillo. El tolai. Resumiendo, carne de bullying. Por suerte o por desgracia no recuerdo nunca haber sufrido acoso escolar más allá de algún insulto poco ingenioso o alguna mirada de burla. Aún así, yo no me daba cuenta. ¿Sabéis esas personas que se dice que son tan buenas que llegan a ser tontas? Bueno, pues yo era así, al menos al 85%. En mi defensa diré que llevaba apenas dos años en Zaragoza y que, venido de un colegio de pueblo, dónde todos nos conocíamos desde pequeñajos, acabar en un centro donde, aún hoy, el número de canis por metro cuadrado aumenta exponencialmente, era un buen caldo de cultivo.
Señor, dame paciencia... Porque como me des fuerza aquí se lía parda. |
Muchos os estaréis preguntando cómo es posible que hasta entonces no hubiera escuchado nada de rock. Bueno, eso no es del todo cierto. Claro que había escuchado algo, joder, no vivía en una cueva. Simplemente nunca la había diferenciado de otros tipos de música. Me explico: mis padres no son muy aficionados al ocio sonoro que digamos. Mi madre siempre ha acatado lo que le echen por la radio. Y mi padre le pega al jazz y le gustan mucho los Dire Straits, Cranberries, Electric Light Orchestra, Clapton, B.B.King o Supertramp, que cómo comprenderéis, así de primeras no resultan muy atractivos para un chaval de trece años. Por aquel entonces tampoco es que yo fuera muy melómano. De manera que sobrevivía a base de discos de Pokémon, Backstreet Boys, Operación Triunfo y 40 Principales.
Hasta que un día, escuchando dicha emisora, sonó una canción. Somewehere I belong. Ni puta idea de lo que significaba, pero me sedujo como sólo puede hacerlo algo que llevabas esperando toda tu vida. El universo se plegó sobre sí mismo y pude atisbar una brecha en el vórtice de la realidad que me llamaba. Hablé con mis colegas, que ya estaban versados en la materia tutorados por parientes más mayores, y les pedí discos. Quería rock. Quería heavy metal. Pero por encima de todas las cosas, quería Meteora.
En marzo de 2003, tras haber tenido un debut envidiable y haberse sacado de la manga un disco de remixes que contaba con unos padrinos de lujo (Jonathan Davis o Stephen Carpenter por ejemplo) y la mitad de la escena underground del hip-hop norteamericano, Linkin Park publicaban nuevo material. El disco fue co-producido entre Don Gilmore y la propia banda y pulverizó a su predecesor en cuanto a ventas y éxito, conservando a día de hoy el récord de canciones de un mismo álbum que han entrado en el Modern Rock Tracks, cinco para ser exactos. Y gracias a ese éxito, tuve la suerte de conocerlos. Así que sigamos con la historia.
Llegué a casa de mis abuelos, enchufé el discman, me puse los cascos, cogí el último número que me había comprado de la White Dwarf (¿no os he dicho ya que soy un freak?) y pulsé play.
Pom, pom, pom, pom. ¡CRASH! Coño. ¿Ya? Bueno, era un prefacio (Forehead). Pero ¿qué es esto? Suena un sampler, un scratch, y la guitarra entra en tromba con un riff sencillo a más no poder pero jodidamente brutal. De pronto un tío canta con una voz melódica que sin avisar se transforma en un grito. Otro tío intercala algunas frases. El ritmo se endurece, la guitarra se vuelve más afilada y el DJ sigue haciendo de las suyas. Damas y caballeros, esto es Don't stay, una canción que tengo guardada en el corazón (sí, me he puesto tierno) y que me trae recuerdos agridulces, pero siempre reconfortantes. Que le jodan a todo, no pares.
Suavemente, como reptando, la melodía de Somewhere I belong se cuela. Mike Shinoda hace su aparición dejando unos versos limpios que Chester Bennington subraya con su moldeable aptitud vocal. Rallé mucho esta canción y al final pasa como todo, durante un tiempo no pude ni oírla de lo que me aburría. Pero ahora hacía mucho que no la escuchaba, y le he cogido otra vez el gustillo. El lugar al que pertenezco. Joder, nunca se me había ocurrido lo increíblemente apropiado que era.
El videoclip es una fumada como un piano de grande, pero me fascina ese rollo subrealista. Se nota que los muchachos estudiaban bellas artes, y Joe Hahn a.k.a. el DJ chino (que no es chino, ni siquiera japonés, es koreano... y de segunda generación), director de la mayoría, por no decir todos, de los videoclips, que tiene una imaginación increíble. O una buena plantación de tomates en su casa.
Nos dejamos de chuminadas y nos pasamos al lado animal. Lying from you se arrastra cruda y potente, enérgica, agresiva, con ese pitidito desconcertante que suena de fondo y con un Bennington que se deja hasta el mismísimo duodeno en cada berrido. Y para que no se diga, Hit the floor continúa esa tónica de ritmo pesado, tétrico y contundente, cómo una película de terror gore. Un tema eminentemente hiphopero, con cierto sabor a gangsta - por el sonido, obviamente - en el que contrasta el devastador estribillo.
Para evitar provocarnos una meningitis aguda, Easier to run se despereza dulce y delicadamente. Para mí, una de sus mejores canciones, a medio camino entre lo tenue de sus estrofas y lo emotivo de su estribillo, en el que toda la banda carga contra los compases para enfatizar las palabras de Bennington: Es fácil correr, reemplazando este lugar por algo mejor. Triste a la par que optimista. Sobrecogedora.
Todo el mundo en pie por favor. Pero en pie para saltar. Porque ahora viene Faint. Una inyección de euforia directa a tu espina dorsal. Un llamamiento a tu lado más cafre y deshinibido. Si escuchas esta canción y no tienes ganas de brincar hasta que te duelan los talones, si no tienes ganas de gritar el estribillo, si no tienes ganas de empujarte, de dar volteretas... Probablemente estés muerto. Sobresaliente para Rob Bourdon, que sigue el ritmo con la batería sin pestañear.
Figure.09 es un poco sosa. Es el tema más estándar del álbum y a mí personalmente no me dice nada. Tic, tic, tic, tic... Breaking the habit, avanza a paso rápido sobre la señal de un electrocardiograma. El peso de la melodía cae aquí sobre la mesa y los platos de Mr. Hahn y la guitarra, por primera vez sin distorsionar, de Brad Delson. Bueno, y por supuesto en la voz de Bennington, que demuestra una vez más que no le tiene miedo a nada y que puede hacerte nu metal con sabor a powerpop sin desentonar.
Con From the inside vuelven los ecos de guerra. Huele a típico, pero me derrito cada vez que escucho a Bennington entrelazarse con los versos de Shinoda para estallar en el estribillo. Un riff demoledor, con muchísimo gancho y una vez más una potencia indescriptible y cargada de bilis. Aprovecho aquí para reivindicar la figura de Delson y Dave "Phoenix" Farrell (el bajista) que parece que están de adorno pero sin cuyo trabajo, discreto y habitualmente tachado de excesivamente simple, no se entendería al grupo.
Para perpetuar el espíritu combativo, aperece Nobody's listening. Siempre he sentido predilección por este tema. Quizás sea el ritmo tribal, con esa flauta shakuhachi (esto lo he sacado de Wikipedia, no soy tan pro como para diferenciar el tipo de flauta por el sonido) revoloteando sobre los párrafos de Mike Shinoda. O quizás sea simplemente que no hay un solo tema de este disco que no me guste.
Session es un pequeño receso antes del final. Un corte completamente instrumental en el que Hahn toma las riendas y transforma todos los instrumentos hasta componer una pequeña orquesta sintética que se llevó un Grammy ese mismo año. Un ejemplo más de hasta que punto llega el afán de esta gente por experimentar.
Poco hay que decir de Numb, la que junto a In the end probablemente sea su canción más famosa. Shinoda demuestra que sabe hacer algo más que rapear - y es que a menudo se nos olvida que es el compositor principal de la banda - y dibuja con el piano una melodía preciosa sobre la que Bennington sangra su voz. Una canción que repite de nuevo el esquema de estrofa frágil y estribillo monumental, pero que a mí no me cansa. Cada vez que la escucho se me erizan el vello de la nuca sin remedio.
Cómo la duración del plástico no es para nada intimidante, aún le pegué un par de escuchas más sin descansar. Y entonces me di cuenta de que yo había nacido para ser rockero. Me di cuenta de que en mis adorados discos de Pokémon, mis partes favoritas eran los sólos guitarreros (que los hay, y bastante buenos además). Me di cuenta de que llevaba años flipándolo con It's my life de Bon Jovi, Serenade de Dover o Train de Undrop. Es más, me di cuenta de que desde que en el año 2000 viera en la televisión un anuncio del Hybrid theory, tarareaba inconscientemente Crawling casi todos los días.
Con el paso de los años me he dado cuenta de que el disco no es para tanto. Tras Meteora, la banda evolucionó muchísimo tanto lírica como musicalmente. Puede que no en el camino correcto, o al menos en el que nos hubiese gustado a todos, pero mejoraron y estos temas antiguos con algunos de los nuevos, parece que se estaban tocando los huevos. Aún sí, cuando lo escucho son tantos los recuerdos que me vienen a la memoria que me importa poco lo mal o lo bien que suene. Como habéis podido comprobar, me resultaría imposible renegar de él o de la banda. Les debo demasiado.
Les debo quién soy. Porque por fin encontré el lugar al que quería pertenecer. Y ese lugar es éste. Con vosotros.
Un abrazo queridos lectores. Cuidaos mucho.