11 de diciembre de 2012

2112


Últimamente personas de mi entorno más o menos cercanos han estado sufriendo algunos reveses (unos peores que otros) y he de reconocer que, a pesar de que me considero un tío bastante jovial, ha terminado por afectarme en un grado que no esperaba.

No es nada grave, en absoluto. Es simplemente que hay días en los que se te hacen las cosas un poco cuesta arriba y notas un vacío muy desgradable en el estómago. Normalmente me lo quito con un Cola Cao con miel. Me metería un güiscazo pero mis padres no dejan de insinuarme que a ver si dejo de fumar (manda cojones que lo haga mi madre que lo ha dejado hace menos de medio año) y no quiero que piensen que ahora le pego también al alcohol fuera de las juergas sabatinas y las cañas ocasionales. Aunque ahora que lo pienso, ni siquiera me gusta el whiskey.

Cuando la leche caliente falla (joder que mal suena esto) mi alternativa es escucharme algún disco que consiga evadirme. Normalmente algo de progresivo o ambiental. Algo en lo que zambullirme, cerrar los ojos y simplemente imaginar, creando dibujos en la oscuridad de mi mente al son de la música. Desconectar totalmente, sintiendo vibrar cada célula. Un poquito de sinestesia. Un disco como 2112, por ejemplo.


Siento una gran admiración por Rush. Me parece digno de alabar que tras casi cuarenta años de carrera Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart no sólo sigan juntos, sino que nunca hayan hecho un parón. Estoy seguro de que en algún momento habrán tenido sus roces, pero desde luego, aguantar tanto tiempo en primera línea es un logro al alcance de muy pocos.

Pero nos vamos a ir un poquito atrás en el tiempo. Concretamente a febrero de 1976. El año anterior había sido muy fructuoso para los canadienses que parieron dos discos: Fly by night y Caress of steel. Este último constaba sólo de cinco canciones, dos de las cuales tenían una duración de 12 y 19 minutos respectivamente. El discreto recibimiento de Caress of steel fue lo que provocó que la gente de la discográfica (Mercury por aquel entonces) les pidieran por favor y por sus muertos que no volvieran a repetir estructura. Si conocéis el disco, ya sabéis por dónde se pasaron la petición de Mercury

Cualquiera pensaría que con tan poco espacio entre ambos lanzamientos (Caress of steel salió a la venta en julio de 1975) la calidad del nuevo trabajo no iba a suponer un salto cualitativo apreciable. Bueno, pues ciertamente no puedo opinar porque no he escuchado ninguno de sus dos antecesores. Pero a las pruebas me remito, y es que 2112 supuso que Rush conociera las mieles del éxito masivo y alcanzando el disco de oro sólo año y medio después. Así que digo yo que algo tendría éste que no tenía el otro.

El "starman" con la Estrella Roja (símbolo de la
Federación Solar), se convertiría a partir de entonces
icono para la banda, acompañándolos hasta nuestros días.
La cara A estaba ocupada por los veinte minutos y siete movimientos de 2112. Regalito para Mercury, supongo. ¿Que no queríais qué? Pues ale, os la colocamos la primera. Encuentros en la tercera fase con los sintetizadores de Overture, un pequeño repaso a todo lo que va a suceder (y un guiño genial a Tchaikovsky), inciando la historia del anónimo protagonista. Una historia que por repetida a lo largo de miles de obras no deja de resultar inquietante e inspiradora: la de una sociedad interplanetaria controlada por la Federación Solar, que obliga a sus habitantes a cómo deben pensar y actuar. En The temples of Syrinx se nos habla de esos líderes en la sombra, unos sacerdotes a los que se les llena la boca hablando de una Hermandad Humana pero que no dejan que nada escape a sus lánguidos dedos ayudados por sus  grandes ordenadores con conexión de banda ancha. Pasaje eminentemente hard rockero, con un riff que sube y baja sobre las cuerdas del bajo de Lee, con un puente que ametralla los oídos. En Discovery, nuestro protagonista encuentra en una cueva bajo una cascada (imagen idílica y misteriosa donde las haya) una guitarra. La misma que Lifeson rasga delicadamente de fondo y que ayuda al personaje a plantearse su acotada existencia. El ritmo se acelera gradualmente, excitando la mente y los sentidos, hasta transformarse en una versión relajada del potente riff con el que se inicia Presentation. Nuestro intrépido aventurero decide tocar frente a los sacerdotes (aquí Lifeson lo deja claro con un sólo de furia y virtuosismo) y a éstos, como no podía ser de otra manera, no les hace ni puñetera gracia. De hecho, uno de ellos decide destrozarla frente a sus ojos. La alternancia entre la voz suave de la estrofa y los estridentes tonos del estribillo refleja a la perfección la conversación. Regresa la calma y nuestro protagonista recibe la visita de un oráculo que le muestra en sueños cómo era el mundo antes de la creación de la Federación Solar (Oracle: The dream, reconozcamos que mucho no se partieron la cabeza), avivando las llamas del pensamiento libre al admirar la belleza de la creatividad y la individualidad perdidas. Tras esta revelación, nuestro joven aprendiz de revolucionario decide retirarse a meditar a la cueva de la cascada y, tras una larga conversación consigo mismo durante días, llega a la conclusión de que lo único que puede hacer, dado que la Federación Solar es muy poderosa y nunca conseguirá que su mundo sea como el que le enseñó el oráculo, es quitarse la vida. Yo habría sido algo más práctico, me habría quedado en la cueva, a mi bola. Pero qué le vamos a hacer. Lifeson y Lee se dejan la piel en este Soliloquy, plasmando a la perfección la rabia y la desesperación con cada grito y cada desgarradora nota de la guitarra. La última parte de esta pequeña obra de arte, el Grand finale, una explosiva demostración de lo que estos tres genios eran capaces de hacer, con Neil Peart martilleando sin compasión ritmos contra el tiempo, Geddy Lee pellizcando su bajo y la sobresaturada guitarra de Lifeson echando chispas. Una perfecta recreación del ataque (o no, porque Peart, autor de la historia, dejó el final bastante abierto) que sufre la Federación Solar, con esa voz invasora repitiendo al final lo de "We have assumed control".
 

La cara B, mucho más estándar, comienza con el oscuro y decadente riff de A passage to Bangkok, un viaje alucinógeno por las principales capitales del mundo dónde poder degustar las mejores y más variadas drogas. Una locura psicodélica aderezada con con un Lifeson jodidamente enorme, sacándose de la nada una guitarra que aunque parezca algo fuera de lugar comparada con el estribillo de pura felicidad psicotrópica, no deja de sonar increíble.

Bajamos del expreso Tailandés para acurrucarnos con The twilight zone y sus dos ritmos tan distintos como complementarios. El primero, durante las estrofas, alegre y saltarín, como un niño que vuelve del colegio mientras el viento le sopla en la cara, y el segundo, denso y sedante, amargo y cálido como el crepúsculo, durante los estribillos. Homenaje a la famosa serie de televisión americana, en concreto a dos capítulos la mar de inquietantes sobre invasores extraterrestres y casas de muñecas gigantes. Y para culminar, una nueva joya de Lifeson haciendo sangrar la guitarra con un punteo brutal. Escrita y grabada en un día. Ahí queda.

Lessons podría considerarse el tema más plano, aunque no por ello deja de destacar el potente optimismo que destila la guitarra y la inmejorable interpretación de Lee tanto a las voces como en el bajo (especialmente en los estribillos) dotando al corte de un aura más rock y menos prog.

Que requetebonica es Tears. La melodía acústica que te abraza y te acuna. La colaboración de Hugh Syme (que volvería a repetir en posteriores álbumes) con el melotrón y la flauta es sobrecogedora, aunque quizás el primer instrumento suene demasiado artificial. No obstante, resulta casi mágico cómo te inoculan un inexplicable sentimiento de tristeza.

No podría existir mejor cierre para tanto viaje emocional que Something for nothing, un revulsivo para todos aquellos que se sientan a mirar la vida pasar esperando que la vida decida no pasar de ellos y las cosas cambien sin moverse. Y para ponerte en marcha Peart se deja la vida en cada furioso estribillo, Lee grita más alto y con más rabia que nunca y Lifeson de deja las yemas de los dedos en las cuerdas de su guitarra. ¡Ay, aciago fader que ensucias con tu mudo final tan enorme tema!

Sabéis, creo que ya me siento mejor.

PD: Os lo creáis o no, me acabo de dar cuenta de que quedan cien años para llegar a la fecha en la que se supone transcurre la historia. No tengo remedio.

No hay comentarios: