29 de junio de 2011

Rodolfo around the world: Sonisphere Imola 2011


¡Hola hamijuitos! Sí, efectivamente, he vuelto. Sé que no me echábais de menos pero aquí estoy, dispuesto a relataros (intentaré no extenderme innecesariamente) el que empiezo a considerar seriamente el mejor recuerdo de mi corta vida.

Hace cosa de unos meses y ante un cartel que nos volvía locos, un servidor, mi señora novia y un par de colegas decidimos que íbamos a echarle un par de cojones (u ovarios según el caso) y pondríamos rumbo al Sonisphere de Ímola pasase lo que pasase. Y ostias si ha pasado.

El primer mazazo nos llegó el miércoles en forma de horarios: la organización lamentaba comunicarnos (ejem, ejem) que finalmente sólo habría un escenario. ¿Las consecuencias? Seis grupos, entre ellos Buckcherry y Skindred, a los que me moría por ver, se quedaban fuera del cartel; y además, los conciertos se repartían durante todo el día (es decir, el primero sobre las diez de la mañana y de ahí hasta las doce).

Pero no se no iba a joder la fiesta tan pronto. Así que el jueves nos subimos a un avión con destino Bergamo. De no ser porque en el albergue dónde íbamos a pasar la noche eran más majos que las pesetas y nos mandaron a un italiano (que conducía el cabrón como si llevase un coche de rally) a buscarnos al aeropuerto para llevarnos hasta allí, creo que aún estaríamos esperando a que apareciese un taxi. Si algún día queréis ir a la ciudad, os recomiendo encarecidamente el Nuovo Ostello di Bergamo: el paisaje es espectacular y las instalaciones, por menos de 20€ por cabeza, son una gozada.

Menos mal que dormimos bien, porque a la mañana siguiente nos pegaron otro mazazo. Resulta que no hay trenes directos Bergamo-Ímola, así que tuvimos que tragarnos dos viajes en cercanías (Bergamo-Milán y Bolonia-Ímola), que para el que haya estado en Italia sabrá que son un auténtico infierno, y luego un baratísimo (sí, estoy de coña) alta velocidad que unía Milán con Bolonia. Un pastizal, vamos.
Pero bueno, llegamos sanos, salvos y con tiempo de sobra para montar las tiendas de campaña, comprar y pegarnos una merecida ducha. Por cierto que, aunque como podéis leer estaba prohibida la entrada a canis (xD) no he visto más tíos descamisados y más gafas Carrera en mi puñetera vida.

Y con esto llegamos al sábado y entramos de lleno en el festival.
A Rise to Remain, los primeros en actuar, les dieron un poco por saco porque nos quedaban un par de cosas por comprar. Se nos hizo un poco tarde y llegamos casi al final de Architects, cuando Sam Carter consiguió que el considerable público que tenían para ser casi desconocidos y ser las diez y media de la mañana, hicieran un wall of death.

Los siguientes fueron Escape the Fate. Los chicos de Las Vegas tuvieron el valor de no cascarse ni una sola canción lenta, lo que se agradeció enormemente, pues yo todavía tenía algunas legañas pululando por mis párpados y me despejó bastante. Aunque, para que voy a mentiros, el público se mostró muy frío y alguno incluso llegó a pasarse de imbécil. A ver, que en parte es normal. Si metes a un grupo como éste en un festival dónde el cabeza de cartel es Iron Maiden, pues siempre habrá algún tonto que se dedique a gritar, sea el grupo que sea y sea la hora que sea, que salgan los Maiden. Lo que me parece una falta de respeto no sólo para el grupo sino para todos los que están viéndolos, es lo que hicieron varios de los bambinos que teníamos alrededor, que no fue otra cosa que levantarles los dedos corazón al grupo, como diciendo "soy tan duro que a mi todo lo que no sean los Maiden me parece una puta mierda". Pero en fin, yo lo disfruté.

Tras el parón reglamentario para el material llegó el turno de Bring Me the Horizon. Oliver Sykes trató con más o menos éxito de animar al personal, incitándolos a moverse, a saltar, y a hacer el animal. Yo por mi parte, acabé el concierto afónico (en algunas canciones, me daba la sensación de estar cantando yo sólo entre el público). La única pega es que no tocaron Crucify me, que habría sido un buen revulsivo contra el sopor del público en general.


Era el momento de Apocalyptica. La gente que los había visto ya me decía que era un directo genial. Se quedaron muy cortos. Abrir con Master of puppets y cerrar con Hail of the mountain king es demasiado grande. Me sorprendió mucho el vocalista que llevan para las giras que lo mismo te cantaba hard rock que se atrevía a lanzar guturales como una bestia parda. También me sorprendió lo jodidamente educados que son los finlandeses. Momento álgido cuando, tras emocionarnos a todos con Nothing else matters, se tocaron el principio de Il canto degli italiani y los susodichos se pusieron a cantar su himno a grito pelado.

He visto a Mastodon ya dos veces en directo. De manera que teniendo en cuenta como pegaba el sol, pasamos de hacerlo una tercera y nos fuimos a comer. Por si os interesa, sandía se dice cocomero y una salciccia es una especie de hamburguesa y no lo que todos estáis pensando.


Eran poco más de las cuatro cuando Rob Zombie salía al escenario con una puta gabardina de cuero. Para haberlo sacado de su hábitat natural (demasiada luz, decía, a mi me gusta la noche) el concierto fue magnífico, con mucha afluencia y todos coreando los temas y bailando como si estuviésemos en un after, con un John 5 pletórico y con el señor Cummings dándolo todo.

Llevaba mucho tiempo queriendo ver a Papa Roach. Son uno de los grupos con los que empecé y a esos siempre se les tiene cariño. A pesar de estar sudando como un puto cerdo (habíamos pasado hacía muy poco rato las cinco) Jacoby Shaddix y su banda se entregaron al máximo, repasando temazos uno tras otro y transmitiendo muy buen rollo.


No tengo nada en contra Motörhead, de verdad. Pero no me gustan. Admiro mucho a Lemmy, porque hay que tener los huevos muy gordos para llevar tantísimos años en la brecha y seguir llenando. Amén de que Phil Campbell y Mikkey Dee son unos monstruos. Pero no puedo evitarlo, no me gustan. Así que les presté poca atención. Nos sentamos a tomar un granizado y, bueno, Ace of spades si que la canté, pero porque joder, es un clásico. Ahora que lo pienso, debió joderles bastante tocar antes que el siguiente grupo.


Porque el sol se escondió por fin tras los árboles y cuando Slipknot se plantó en el escenario ya podíamos respirar sin dificultad. Amparados por esa sombra benigna, los de Iowa descargaron toda su brutalidad. Puesto que la gira que llevan es una especie de homenaje a los diez años que cumplió su disco homónimo, así como a la memoria del fallecido Paul Gray, los muchachotes tocaron ataviados con sus clásicos monos naranja butanero y algunos recuperaron sus viejas máscaras. Y por supuesto, se tocaron unos cuantos temas de su álbum debut. El resultado fue un concierto cafre a más no poder que hizo las delicias de los asistentes. Tengo que reconocer que me gustó más la primera vez que los vi, por los temas que tocaron y tal, pero escuchar Eyeless en directo compensa cualquier cosa.

Es curioso lo de Iron Maiden. Creo que nunca había visto en un concierto gente de tantas edades distintas. Desde señores que pasaban de los sesenta con creces, hasta chavalines de doce años acompañados por sus padres, todos deseando que se iluminasen las estrellas de ese fondo tan sideral que se ha cascado la doncella para el Final Frontier World Tour. Yo también los esperaba ansioso. No es que sea un gran fan de Maiden, pero me parecen un grupazo y Steve Harris totalmente inhumano. Además hace unos años una tormenta veraniega me jodió el verlos en directo. Así que era hora de resarcirse. Huimos de la muchedumbre y nos pusimos bien anchos para disfrutar del concierto. Y eso de que los viejos rockeros nunca mueren es totalmente cierto. Hay que ver que para la edad que tienen los hijos de puta como se mueven en el escenario. Como Dickinson vive cada canción. Como Gers pega saltitos con la guitarra. Es simplemente genial. Me quedo con dos momentos del concierto, aunque como os digo, pocas cosas como ese directo voy a ver en mi vida. El primero, un momento emotivo de Bruce antes de Blood brothers, en el que un poco resumió lo que os comentaba antes de lo variopinto de los seguidores de la banda.Os dejo con una transcripción casi literal (tengo muy buena memoria para esta clase de tonterías): Cause we are the Maiden family. And it doesn't matter if you are christian, muslim, hindu, jewish or jedi. If you are yellow, white, black or purple. If you are male, female or something in the middle. A cat, a dog... don't give a shit. We are blood brothers! Casi se me saltan las lágrimas, copón.
El segundo fue el momento que llevaba esperando años. El momento en el que, junto al resto del público, pude corear a grito pelado el sólo de Fear of the dark. Los pelos de punta.


Cuando los ingleses se retiraron a su merecido descanso, nosotros hicimos lo propio tras hincharnos a embutido, porque el día había sido muy duro y el domingo prometía.


Con un dolor de cuello que no se lo deseo ni a mi peor enemigo y un calor de tres pares de narices me levanté el domingo. Juro por lo más sagrado que intenté todo lo posible por acudir al concierto de Rival Sons. Pero necesitaba una ducha urgentemente y se nos echó el tiempo encima. No obstante, se escuchaba bastante bien desde el camping y pude disfrutar de esa joya que es Torture, mientras me preparaba para entrar.
Los seguirían Kids in Glass Houses que por si no los habéis oído, son lo más soso que he escuchado nunca. De manera que aprovechamos para darnos una vuelta por los puestos de merchandising y tal. No me compré nada, estas cosas suelen ser demasiado caras y los diseños algo descafeinados.


Llegó el mediodía y The Damned Things salieron al escenario, a regalarnos un poquito de su rock metal. Fue un concierto muy entretenido, con el único detalle remarcable de la ausencia de Scott Ian (que supongo que tendría compromisos con Anthrax). Por su parte, el batería Andy Hurley (ex-Fall Out Boy) necesitó que le sujetaran la batería con cinta aislante y un par de tíos porque los baquetazos que pegaba estuvieron a punto de desmontar el instrumento.


Los siguientes en salir serían The Dwarves. Con sólo dos canciones ya nos dimos cuenta que ese rollo de punk hardcore old school que se llevaban no lo íbamos a aguantar, y menos con la que estaba cayendo a esa hora, así que, puesto que ya habíamos decidido que a Funeral for a Friend (ese grupazo) los iba a ver Rita, nos retiramos a comer y recuperar fuerzas.
Llegamos poco antes de los muchachos de Kyuss Lives! se subieran al escenario. He de reconocer que no le presté demasiada atención al concierto. Kyuss están bien para un par de temas, como son por ejemplo Thumb o Gardenia. Pero a las tres de la tarde es soporífero a más no poder. Por cierto que John García está de un buen año que asusta.


Guano Apes fueron los siguientes en actuar y este concierto si que me animó. Sandra Násic y sus muchachos siempre me han gustado, y me pareció una auténtica sorpresa ver hace poco que habían sacado nuevo disco y que se embarcaban en una gira, puesto que yo ya los daba por separados definitivamente. Tras una buena tanda de temazos clásicos y un par de nuevas canciones que personalmente me encantan, se despidieron de nosotros no sin antes repartir todas las existencias de agua que la organización les había dado entre el sofocado público.


Llegaba el turno de The Cult y decidimos hacer un poco de sitio a los verdaderos fans y sentarnos a la sombra para disfrutarlos un poco más. Al igual que los Maiden, Ian Atsbury, su pelazo y los suyos demostraron que los años son lo de menos y se recrearon en un concierto que, para haber escuchado el grupo lo justo y necesario, me encantó. Un Atsbury muy entregado, que insistió a la organización que la gente necesitaba agua y que con unos 10.000 litros serían suficientes, subió al escenario a John García para que se cantasen juntos Love removal machine y así cerraron el concierto.


Había llegado el momento de darlo todo. Cogimos un sitio más que decente (a unos veinte metro o incluso menos del escenario) y nos preparamos para cinco horas sin movernos de allí, porque lo que quedaba de festival era ya todo cuesta abajo.


Con los acordes de Slip to the void salieron a tocar los Alter Brigde y estallaron con una violencia que sacudió al público entero. Se sucedían los sólos de guitarra, los ritmos machacones, esos estribillos cargados de emoción y energía... Una bestialidad, no puedo deciros nada más. Momento espectacular el del duelo de guitarras entre Kennedy y Tremonti, que a cada improvisación nos dejaban la boca aún más abierta.


No tenía muchas ganas de ver a Sum 41. Es uno de esos grupos que hace años me fascinaban pero que a día de hoy ya no me dicen lo mismo. Pero el directo fue muy bueno, se mostraron muy cercanos al público y demostraron con un popurrí que tras esa fachada de niños rebeldes, los cabrones han mamado metal. Aunque desoyeron mi petición de tocar un poco de Fucking hostile (digo desoyeron porque tuvieron que oírme, creo que en mi vida había gritado con un silencio tan inoportuno).


My Chemical Romance puso la nota amarga de la noche. Antes de que os tiréis al cuello, voy a explicar por qué. Del concierto y de la banda no tengo ninguna queja. Me gustan, no os voy a mentir. El setlist fue más o menos el esperado, con un par de sorpresas muy agradables y he de reconocer que en directo ganan muchísimo (llevan un teclista bastante pasable que ambienta los temas como nadie). El problema es que, quince minutos antes de que el concierto acabase según el programa, se marcharon apenas sin despedirse. No dejaron el concierto a medias ni nada, ya habían tocado los temas obligados. Digo yo que llevarían prisa. De hecho el lunes tocaron en Viena. Bueno, da igual, simplemente fue eso.


Y así llegamos al final, al clímax de todo el festival, a un momento que me estaba temiendo que no viviría nunca. Como todos sabéis, Linkin Park son probablemente mi banda favorita. Los de ayer y los de hoy. Tenía un poco de miedo, esperaba que no me decepcionasen. Por suerte, no lo hicieron.
Ha sido la hora y media más intensa de toda mi vida, un tema tras otro, con el único respiro que daban algunos interludios e Iridiscent, que fue la única balada y con la que a más de uno se le saltaron las lágrimas. Se sacaron de la manga un par de temas totalmente inesperados, como From the inside y Given up y por supuesto no dejaron de repasar todos sus grandes éxitos. El público estaba pletórico y yo ya estaba cerca de alcanzar el nirvana. Resumiendo, lo gocé como no está escrito.
Quiero hacer un pequeño apunte antes de finalizar el resumen y es precisamente sobre Linkin Park. Mi compañero Alex siempre dice que pertenecen a ese conjunto de grupos sobreproducidos en estudio y que luego en directo no deben sonar igual. No voy a negar que quizás no estén sobreproducidos, pero puedo aseguraros, que todo lo que suena en el disco, lo tocan (insisto, tocan, no reproducen) en el directo: los samplers, los scratches, los teclados, las voces con megáfono...


Bueno, sé que había prometido no extenderme mucho, pero no puedo evitarlo, todavía estoy emocionado. El lunes nos costó levantarnos (y con la gracia casi perdemos el primer tren, lo que habría desembocado en perder el avión) pero como podéis comprobar, estamos aquí. Aunque por mí, el festival podría haber durado semanas.


La próxima entrada será más interesante. Que os den por culo amigos, y un abrazo bien fuerte.


PD: las fotos están sacadas de la página oficial del festival, no os penséis que soy tan buen fotógrafo. Además no he puesto vídeos porque no he encontrado nada con una calidad decente. Pero si os interesa, en YouTube hay unos cuantos vídeos del público.

20 de junio de 2011

White pony



Ah, el nu metal. ¿Puede haber un estilo tan amado como repudiado? Seguro que sí, sería muy victimista afirmar que el nu metal es el objeto de las críticas de todos los rockeros. Pero ¿de verdad se lo merecen?

Subjetivamente hablando, pues aquí un servidor se considera seguidor de multitud de bandas de este estilo, creo que no. A ver, entendedme, está claro que, al igual que en el resto de subgéneros del metal, existen grupos que no superan la categoría de bazofia. Y que muchas de estas bandas son las que más éxito tienen. Pero esto ha pasado hoy y siempre. Y ¿desde cuando nos ha importado a los rockeros quién es el que más vende?
Esto viene un poco a raíz de lo que comentaba Alex hace unos días. No voy a contradecirlo, a ver si os pensaís que tenemos un blog bipolar, simplemente quiero exponer mi punto de vista. Porque, qué queréis que os diga, a mi me suda el nabo que el mayor exponente de rock a día de hoy sean, por poner un ejemplo, Kings of Leon. No me gustan, o mejor dicho, me gustan un par de canciones. Pero que eso sea el no va más del rock a día 20 de junio de 2011 no me va a impedir ponerme el Aftermath de los Rolling Stones, por poner otro ejemplo.

Otra cosa que tampoco me gusta es eso cada vez más oído de que "el rock está muerto". Y si no está muerto es porque salen algunas bandas que obtienen esa bendición de herederos del auténtico sonido rockero. Básicamente porque si todo el mundo pensase así, no habríamos salido de Chuck Berry. No me malinterpretéis, no quiero decir que seáis unos carcas ni nada por el estilo. Es simplemente que el dogma de fe "si es nuevo es mierda", o mejor dicho "si no suena a lo de siempre es mierda" a mí no me sirve. Y mucho menos extrapolar la escena del rock actual a partir de bandas como Green Day o Black Veil Brides, cuya falta de talento es alarmante. Si no os gusta me parece de puta madre, de verdad, cada cual tiene su rollo y igual que a mí no me va Bruce Springsteen, a vosotros no tiene porque gustaros Avenged Sevenfold. ¿Me estás comparando al boss con esa panda de mequetrefes? Pues sí, porque seguramente el señor Springsteen, cuando empezó, tuvo que soportar como más de uno le señalaba con el dedo mientras murmuraba eso de el rock está muerto.

Lo que quiero decir, que me estoy empezando a enrrollar, es que al igual que todos sabemos apreciar un buen tema de jazz, de soul e incluso uno de pop (sí, no miréis hacia otro lado, cabrones) ese odio hacia nuestros hermanos no nos lleva a ningún sitio. Todos hemos mamado del mismo pezón, unos con más acierto que otros, y ahora, años después, la única diferencia es la marca de leche que bebemos. Ostias que símil de mierda me ha salido. Pero me entendéis ¿no?
Sé que los lectores de este blog no sois así, pero necesitaba compartirlo con el mundo. Es que no podéis imaginar lo que me revienta que le enseñes un tema o una banda a alguien para ver si les mola y te diga algo como "buah, es que dónde estén los Guns n' Roses que se quiten estas mierdas". Coño, no te he preguntado eso, ostias, te he preguntado si te mola. ¿No? Pues ya está, otra vez será. Pero no me mezcles churras con merinas, porque igual te acabo de poner lo último de Pendulum, que ya me dirás tu a mí lo que tendrá que ver con nuestros queridos gunners.

Todo esta diserción viene porque hoy quería hablaros del White pony de los Deftones. Disco denso y complicado dónde los haya pero una auténtico diamante en bruto del nu metal. Que por mucho que os sorprenda, tiene buenos discos.
Estamos en el año 2000, nuevo milenio, la era de la información... ya sabéis, todas esas mierdas. El grunge había muerto hacía ya unos años y ahora los chicos del chándal Adidas eran los que manejaban el cotarro. Y ahí estaban Stephen Carpenter, Chi Cheng, Abe Cunningham, Frank Delgado y Chino Moreno, con su metal pesado y asfixiante, con sus ritmos de trip-hop, con sus metáforas con olor a hospital, a metanfetaminas y psicotrópicos, y muchas veces incomprensibles. White pony es el nombre que recibe vulgarmente una de las formas más potentes de la cocaína, así que podéis imaginar como va la cosa.

El riff sucio, distorsionado y siniestro de Feticeria arranca un disco que entre tema y tema no varía mucho pero en el que cada tema aporta algo al resto. Se podría interpretar como un todo que se va desarrollando con paciencia, con tranquilidad, como le gusta a los Deftones. El título de la canción no tiene absolutamente nada que ver con la letra, una borrachera especialmente difícil, pues se trata de un nombre portugués que a Chino le gustó. De hecho, si googleáis Feticeira, os llevaréis una buena sorpresa.


Digital bath te seda, con su ritmo pausado y relajante, que va aumentando revoluciones poco a poco hasta un final emotivo y sincero, con un Chino moreno simplemente genial que nos cuenta como un hombre, tras electrocutar a una señorita en su bañera a base de sumergir en el agua objetos electrónicos, la seca y la vuelve a vestir. Muy macabro todo, pero bello a su vez.


Gritos desgarrados y groove pesado con Elite, con esos efectos de sintetizador vocal en el estribillo, para dejar claro que el único límite a tus metas eres tú mismo, y que si quieres pertenecer a la élite, ya estás en ella. RX queen es un tema de Korn que… ah no, espera, siguen siendo Deftones. Pues eso, que suena a los de Jonathan Davis, y la letra no ayuda mucho a la diferenciación pues nos habla de un hombre enamorado de una chica con una enfermedad terminal. Demasiado trágico, así que seguimos, esta vez con la machacona Street carp, tema sobre reencuentros indeseados con personas que a pesar del tiempo y nuestros esfuerzos siempre vuelven a aparecer, y la soberbia Teenager, que hace uso de la percusión electrónica de Delgado y de una guitarra delicada pero distorsionada a muerte por Carpenter para tejer una preciosa canción de amor adolescente.


Knife party se desmarca con Cunningham a baquetazo limpio y le inyecta, como los yonquis que se pinchan en sus versos, un poco de energía al álbum, que Korea se encarga de conservar, una vez más a base de rugidos y un riff denso como el plomo, cabalgando sobre este pony blanco.


En Passenger aparece el siempre controvertido James Maynard Keenan para poner su genial voz (a mi este tío me pone burrísimo cuando canta, lo digo en serio) a otro tema agobiante y oscuro, tocado de un aire místico, y que nos incita a dar rienda suelta a nuestro desenfreno en el asiento trasero de un coche a altas velocidades.


Change (In the house of flies) es una nueva descarga de potencia, de locura en tu hipotálamo, noqueando por completo tus sentidos y obligándote simplemente, a mecerte al compás de las pesadas notas de bajo de Cheng, que por cierto, parece ir mejorando cada vez más tras aquel accidente que le dejó en coma en 2008. Una historia de venganza, eso que todos alguna vez hemos deseado, de ver como la persona que odiamos se convierte en un ser insignificante, como una mosca, al que podremos torturar sin miedo, porque nos sabemos superiores a él.


Como un triste lamento, como una elegía, Pink maggit se arrastra, herida, suplicante, para dar carpetazo al disco en una implosión de puro sonido Deftones. Pero no os vayáis, que aún quedan dos sorpresas. Si tras este final tan podidamente depresivo todavía no estáis sentados en un rincón agarrándoos las rodillas mientras murmuráis cosas ininteligibles y dejáis la mirada perdida, aún estáis a tiempo de levantaros un poquito la moral con las dos canciones extras que aparecerían en las reediciones del disco.
La primera, The boy's republic perpetúa un poco ese misticismo pero el riff es algo más animado que de costumbre, y podría llegar a decirse que es una canción casi optimista.
La segunda la he dejado para el final, aunque en la reedición se colocase la primera. ¿Por qué? Pues porque estamos hablando de mi canción favorita del grupo, y se merece un lugar especial. Back to school (Mini maggit) no es más que una versión más cañera y menos lacrimógena del tema que cerraba el disco. Por lo que tengo entendido, ante lo monolítico del disco, la productora le pidió al grupo que hiciese un tema con un poco más de gancho para atraer algo más de público. ¿El resultado? Doblamos el tiempo, mantenemos el riff, añadimos unos fraseos del amigo Moreno y hacemos un videoclip de esos de “eh, nosotros en el instituto también éramos unos pringaos y mira dónde estamos” y ¡ya está! ¡temazo al canto! Será que como realmente no soy tan exquisito con la música como pensaba, este tema me parece una auténtica genialidad. Básicamente porque creo que mezcla a la perfección los dos rasgos principales del estilo de Deftones: esa emotividad casi delirante y la fuerza explosiva de sus ritmos.

Pues nada gentuza, hasta aquí hemos llegado. Aviso ya que durante unos días estaré un poco más ausente y Alex se encargará de gran parte de las entradas (lo sé, lo estáis deseando). No obstante, igual me saco algo de la manga.

Cuidaos mucho. Un abrazo, y que os den. Pero que os den bien.

11 de junio de 2011

A night at the opera


¿Habéis jugado al Guitar Hero alguna vez? ¿Al Rock Band en su defecto? Seguro que sí, no hay quién se resista a emular a una rockstar y mucho menos sí puedes hacerlo guitarra, baquetas o micro en mano (aunque sean de plastiquete). Nosotros (Alex, un servidor y nuestros amigos) somos bastante aficionados a juntarnos en alguna casa y pasar un par de horas haciendo el gamba. El problema viene que después de la cuarta sesión, la mitad de las canciones te las sabes y la otra mitad ni siquiera te gustan. De manera que empiezas a tantear otros juegos, tratando de buscar una lista de canciones que se adecue a tus gustos.

Luego están los juegos temáticos. Ya sabéis, esos dedicados a décadas o grupos en concreto: los 80Metallica, Aerosmith o The Beatles. Os podéis imaginar la cara que se me quedó cuando descubrí que la franquicia Rock Band había dedicado uno de estos títulos a... ¡Green Day! ¡¿Pero esto qué coño es?! ¿Me estáis diciendo que no hay rock bands muchísimo más grandes en el mundo que el trío de imbéciles este? ¿Y AC/DC, Iron Maiden,  U2, Pearl Jam, Nirvana, Led Zeppelin o Deep Purple? Joder, que si es por llegar a un público más amplio ¿qué me decís de Queen? ¡A todo el mundo le gusta Queen!

En fin, no seré yo el que trate de entenderlo. Pero mira, ya que hablamos de Queen...

Damas y caballeros, les presento el que para un humilde servidor es el mejor disco de rock de la historia (ejem, ejem). A night at the opera no es tan jodidamente enorme en todas sus facetas, tan ecléctico, tan completo de principio a fin que una vez que lo escuchas, ya sólo puedes quererlo. ¿Razones? Tengo varias.


Desde su nacimiento, el rock ha ido expandiéndose poco a poco, mutando, evolucionando, mezclándose, absorbiendo cosas de aquí y de allá, hasta dar lugar a un árbol genealógico dónde la relación entre primos lejanos, como podrían ser el indie rock y el metalcore, son meramente anecdóticas. Hacer un disco de rock variado, dónde cada canción sea (prácticamente) distinta a la anterior y, no sólo eso, sino hacerlo bien, convertir cada tema en una obra de arte, es algo que no todos los artistas pueden conseguir. Así que, sí, la primera razón es la variedad.

La segunda es que el si hablamos de que una banda es buena, tiene que ser la banda al completo. Existen muchos grupos que destacan simplemente por la calidad de uno de sus integrantes. Queen tuvo la suerte de juntar a cuatro genios como eran Freddie Mercury, Brian May, John Deacon y Roger Taylor. Y no sólo de juntarlos, sino además de conseguir que, a pesar de sus tensiones internas (que las tenían), al final en cada canción todos sacaban lo mejor.

Y la tercera y, quizás, la menos importante puesto que deriva de las dos anteriores, es la influencia que Queen como banda y A night at the opera como disco, han tenido en las generaciones posteriores. Con un poco de imaginación, cada tema puede transportarnos al tiempo actual, y no es complicado imaginar a multitud de grupos de casi todos los estilos, unidos en un macroconcierto, interpretando temas de este trabajo.

El disco fue titulado así en en homenaje al mítico largometraje de los hermanos Marx, poseedora de dos de las mejores situaciones humorísticas de la historia del cine, el camarote (¡y dos huevos duros!) y el contrato (La parte contratante de la primera parte...), después de que la banda estuviese una noche viéndolo en el estudio durante la grabación.

Tras el rotundo éxito internacional que supuso el también soberbio Sheer heart attack, Queen aprovechó los meses siguientes para descansar y preparar el que sería su cuarto álbum, aprovechando el tiempo de asueto para asistir a la boda de Deacon y para que May se fuera a Tenerife a estudiar astronomía (LOL). Tras el cambio de discográfica y la llegada a EMI, el nuevo encargado y co-productor, Ray Thomas Baker, convenció a sus jefes de que dieran a la banda el mayor apoyo económico posible, lo que dio como resultado que, A night at the opera, se conviritió en el disco más caro grabado hasta la fecha.

El grupo utilizó está importante inversión para hacer uso de varios estudios de grabación simultáneamente. Los estudios Olympic, Sarm, Scorpio y Lansdowne en Londres estaban a poco más de veinte minutos en coche los unos de los otros, de manera que mientras algunos miembros estuviesen trabajando en un tema, el resto no tenía por que esperar para poder avanzar en otro.
Tan titánico esfuerzo acojonó un poco a la banda, que no las tenía todas consigo para cumplir las esperanzas que la discográfica tenía puestas en ellos. El propio Brian May dijo poco después de la publicación que si la recepción del disco, tanto en ventas como por las reacciones de crítica y público, habría supuesto el final de la banda, que ya por aquel entonces comenzaba a acusar un poco el choque de egos de todos sus componentes.

Entiendo en parte la preocupación de May, y es que un disco tan compejo y extraño como A night at the opera es arriesgado hasta para una banda como Queen, que ya había demostrado de lo que era capaz. Tras la desaparición de los Beatles a principios de década y de que los Rolling dejasen el liston jodidamente alto con la dupla Sticky fingers-Exile on Main St. y a la espera de que el punk, que serviría como revulsivo a las estructuras más clásicas del rock, saliese del subsuelo sólo un año después, este trabajo es la perfecta amalgama de todo lo que sonaba y había sonado en el mundo por aquel entonces.

Un piano virtuoso, un arreglo de cuerdas tétrico y una guitarra descomunal presentan Death on two legs (Dedicate to...). Ritmo pesado y oscuro, que brilla intermitentemente, con un Brian May fantástico, arrancando de su guitarra sonidos crudos y distorsionados, Deacon y Taylor marcando el paso y un Mercury que escupe odio en cada frase. Y es que el tema está dedicado a su anterior manager, Norman Sheffield, con el que Mercury no debía de llevarse muy bien. Perlas como You suck my blood like a leech, You've never had a heart o ese But now you can kiss my ass goodbye nos demuestran el poco aprecio que debía tener el carismático vocalista a Sheffield, y es que por lo visto el hombre sisaba más pasta de la que debía y Mercury se quejaba de que, tras el éxito obtenido por sus tres primeros trabajos, los beneficios económicos que recibió la banda, no eran los suficientes.

Freddie se pone su mono de frontman y se curra el solito Lazing on Sunday afternoon que reconozcámoslo, es una puta paranoia. Uno de esos temas a los que después Queen nos acostumbraría, pero que por aquel entonces debió sorprender de sobremanera. Para conseguir el efecto en la voz de Mercury, lo que hicieron fue grabar sus voz una vez y después volver a regrabarla, reproduciendo la grabación anterior metida en un cubo de metal. Todo muy artesanal. Es la canción más corta de la carrera de los ingleses, pero aún así, Brian May irrumpe veinte segundos antes del final y se marca un solo de inspiración circense que cambia de clave en el último momento, para introducir el siguiente corte del disco.

Como os comentaba antes, Queen fueron muy grandes como banda e individualmente todos sus componentes. Puede que Freddie Mercury poseyera ese carisma y ese savoir faire que toda rockstar necesita, pero I'm in love with my car es un clarísimo ejemplo de que no era el pilar fundamental del conjunto. Y es que Roger Taylor demuestra que además de ser un gran batería, es un gran compositor y cantante. Esa voz rasgada, inusualmente aguda y nostálgica, que fluye sobre un tema pegajoso y con espíritu de soul, dónde la guitarra de May da las réplicas al propio Taylor. La letra está dedicada a uno de los roadies de la banda, Jonathan Harris, que estaba, espero que metafóricamente, enamorado de su coche, un Triumph R4. Deberíamos todos dar las gracias a Freddie por negarse a cantar el tema, aunque más de uno lo hubiéramos hecho. El propio May reconoció que cuando Taylor le presentó la demo, creyó que estaba de broma.

You're my best friend nos trae de nuevo a los Queen sentimentales, positivos y alegres. Una vez más deberíamos agradecer al señor Mercury sus "peculiares" manías. Y es que fue cuando Freddie afirmó categóricamente que él no iba a tocar "esa cosa horrible", refiriéndose a un teclado eléctrico, cuando Deacon se lo llevó a su casa para aprender y, mientras practicaba, se sacó de la manga este tema. Bonita canción dedicada a la amistad, ese sentimiento siempre olvidado en detrimento del amor, cuando todo el mundo sabe que, en nuestro caso una mujer, antes de ser tu amante, debe ser tu amiga.

'39 es simplemente brillante. La perfecta armonía entre las guitarras acústicas y la eléctrica, con ese aire folk y ese estribillo emotivo y delicado, con Deacon y Taylor marcando el ritmo como nadie, y con unos coros que, si bien es cierto que Queen siempre cuidó los arreglos corales, aquí rozan el sobresaliente. Curiosa historia la que nos relata May con esta letra: unos astronautas emprenden un viaje por el universo de un año de duración, pero cuando regresan se percatan de que ha pasado casi un siglo (cosas de las teoría de la relatividad y tal, que sabemos que sobre el papel, o en este caso un pentagrama, todo se aguanta) y que todas las personas que querían ya no están.

¡Rock'n'roll nenas! Sweet lady ha venido para que no os olvidéis que Queen es una maldita banda de rock, y que saben hacerlo igual de bien o incluso mejor que el resto de experimentos de este disco. Ese riff vacilón y ese estribillo que anticipa lo que será el final de la canción, una magnífica jam session con toda la banda desbocada, en una maldita orgía de velocidad y desenfreno, dónde May se siente como en casa, Deacon machaca el bajo sin compasión y Taylor, que reconoció que este tema era de los más difíciles a la hora del directo, lo ensambla todo a baquetazo limpio.

Seaside rendezvous es una nueva locura de Mercury, un foxtrot elegante y juguetón. Ayudado por Deacon, el bueno de Freddie hace desfilar multitud de instrumentos sobre un piano saltarín, como un clarinete, una trompeta, una tuba, e incluso se atreve a marcarse unos pasos de claqué... ¡pero todo es mentira! Porque en realidad los instrumentos no son otra cosa que Mercury y Deacon imitándolos con un cazú y el baile es un tamborileo con dedales en la mesa de mezclas (joder, ¿pero estos tíos hay algo que no sepan hacer?).

Cambiamos de registro, porque The prophet's song saca el lado más heavy y oscuro de la banda, con un Deacon monumental, machacando los compases con maestría, que May acuchilla con su guitarra creando la perfecta atmósfera apocalípitica de la que hacen gala las palabras del profeta. Personalmente, el tema me encanta, pero eso sí, se les fue un poquito la mano con el puñetero canon que marca el ecuador de la canción, que llega un momento que acabas desquiciado. Eso sí, cuando regresan los instrumentos, el tema remonta el vuelo en una espiral de rock sucio, progresivo y... épico. Quién tras escucharla aún dude de los orígenes del power metal, que se la vuelva a escuchar.

Preciosa balada Love of my life. Mercury y su amado piano nos deleitan con una melodía de corte clásico, con ribetes barrocos, en el que la formación clásica de Freddie a la hora de componer queda más que patente. Ese arpa inspiradora, de musa de las artes y la sangrante guitarra de May, que en ciertos momentos parece querer ser cien violines terminan de redondear el tema.

Yo no sé que tienen los ukeleles, pero me ponen de buen humor. En Good company, Brian May ejerce de hombre orquesta y acompaña el genuino sonido dixieland con una guitarra que revolotea y zumba a base de wah-wahs, para contarnos una historia cotidiana y tan triste como, muchas veces, inevitable, la de la soledad del hombre cuando llega la vejez y lo único que necesitas es hablar con alguien, compartir tus experiencias para que los que vienen después, no comentan tus mismos errores. En el caso de nuestro protagonista, el haber dejado de lado a sus amigos tras casarse.

¿Alguien no ha escuchado Bohemian rhapsody? Si nunca la has escuchado, ya puedes largarte de este blog, no queremos gente de tu calaña por estos lares. No, es coña. Quédate. Pero ya puedes empezar a buscar dónde escucharla, porque mañana no estaré de tan buen humor. Y es que estamos ante un auténtico himno.
Tras esa magnífica introducción a capella, en la que el protagonista se plantea la diferencia entre la realidad y la fantasía, comienza un pasaje dulce y delicado, dónde la melodía del piano te enternece el corazón, si es que  no lo ha hecho ya Mercury implorando perdón a su madre por haber matado a un hombre y que no se preocupe por él, que siga con su vida. Y si eres un tío duro y aún no sientes el nudo en la garganta, Brian May te brinda un sólo que te vuelve los calzoncillos y el prepucio del revés. Así que aquí está nuestro amigo, un chico pobre, un bohemio que ha cometido un horrible crimen y que probablemente va de droga hasta las cejas. De manera que lo que viene a continuación no nos sorprende en absoluto. Bienvenidos al momento más loco, divertido y enervante de la historia del rock. Scaramouche, Galileo, Figaro y demás gentuza se disputan el alma del muchacho y ¿qué mejor manera de representarlo que con un poco de ópera? Hombre, yo habría optado por unos buenos gritos guturales. Pero perdería el encanto, lo sé. Además, pensándolo bien ¿hay algo más acojonante que un tenor italiano intentando robar tu alma? No lo creo. Pero si pensabas que ahí iba a acabar la cosa, estás muy equivocado. Porque llega el apoteosis. Porque cuando Deacon, May y Taylor entran en tromba no hay quién los pare. Y en este momento tu alma estará en manos de Figaro, o de Galileo, o de su puta madre, pero tú lo único que quieres el saltar como un demente y sentir el rock'n'roll recorriendo tus venas. Porque has perdido el juicio, al igual que nuestro protagonista. El final no puede ser más exquisito, con la guitarra y la voz de Mercury perdiéndose en la lejanía, mientras el omnipresente piano da los últimos coletazos, como un enorme pez dorado que se deja llevar, tras luchar contra la corriente.

Con una versión que Brian May realizó del himno británico, God save the queen, se cierra esta auténtica obra maestra. Como cierre, sinceramente, no me gusta una mierda pues pienso que Bohemian rhapsody habría sido un muchísimo mejor corte para acabar. Pero nadie es perfecto, ni siquiera los más grandes.

Y se acabó. ¿Corto? Ya lo creo. Si fuera por mí, A night at the opera podría durar horas y horas, que yo seguiría sin cansarme, porque esa sensación de subir y bajar, de montaña rusa musical, me encanta. El único pero, si es que queréis buscarle alguno, es que para haber tenido una producción millonaria, los medios de la década de los 70 seguían siendo muy inferiores a los que vendrían después. Y si bien parte de la magia de A night at the opera es ese sonido puro y clásico, no puedo dejar de pensar que la grabación no le hace verdadera justicia a la fuerza y el espíritu del disco, y que una grabación a día de hoy con la banda original, sería aún más increíble. ¿Pero quién soy yo para quejarme?

Cuidaos mucho gentuza. Que os den por culo y un abrazo bien fuerte.

PD: No he podido resistirme a enseñaros dos magníficas versiones de Bohemian rhapsody que como habéis podido comprobar, me fascina. La primera es una hilarante reinterpretación de las populares marionetas de Jim Henson, los muppets o teleñecos, como los conocemos por estos lares. La segunda es una cita obligada para todos aquellos amantes del rock, y corresponde al archiconocido concierto tributo a Freddie Mercury de 1992, con Elton John al piano y con un Axl Rose que capta como nadie la energía del tema. Sin palabras... buf.

6 de junio de 2011

Corridos de amor | Mariachi blitzkrieg


Recuerdo cuando yo era un despreocupado estudiante de secundaria, y me pasaba las tardes entre picarme con  el Warcraft y ver vídeos en el SOL Música. Todo muy productivo, como podéis comprobar.
Una de esas tardes, mientras degustaba un enorme tazón de leche con cereales (que no es muy rockero, pero a mí la cerveza entre horas no me entra), comenzó un videoclip.

Una panda de enmascarados subidos a un ring de lucha libre, empezaban una canción a medio camino entre la ranchera y el punkarreo. La intensidad de la música y sobretodo, el aire desenfadado de la letra, me cautivaron. Me quedé con el nombre del grupo: La Pulquería.


Corría el año 2004 cuando estos muchachos de Valencia publicaban su primer disco, Corridos de amor y con ello revolucionaban el concepto del rock en castellano, pues hasta entonces nadie se había atrevido con una mezcla de estilos tan particular como la suya (aunque ya hubiese bandas en el mundo, como los Voodoo Glow Skulls, que hiciesen algo parecido) llevando el mestizaje hasta el extremo.


La carta de presentación tanto del disco como de la banda (pues fue el primer single) no podía ser más brutal. El día de los muertos comienza con una trompeta tristona y unos coros de mariachi que preparan el terreno para no dejarte descansar un solo segundo, explotando en un tema rápido, descomunal y sobretodo divertido.

En cada rincón cambia totalmente de registro, aderezando su fluir vacilón y funky con unos scratches y samplers muy bien traídos, aunque continúa un poco la temática del tema anterior, hablando de la vida después de la muerte, y de lo que es más importante, del amor después de la muerte.
Pero el respiro dura muy poco, porque Gitano trae la tralla bien fresca para que tus pies no toquen el suelo, para que bailes con desenfreno y para que sientas en tu propia piel esa deliciosa libertad de la que habla la canción.  El ritmo punk y la sección de vientos hace de La migra una nueva descarga de adrenalina, con un bajo sinuoso y potente. Historias de narcotraficantes con muy buen humor en este narcocorrido rockero.


No sé cuntas veces te he intentado convencer que las cosas malas pronto hay que olvidarlasMala cara es un tema optimista, fresco, con una guitarra elegante y salpicada de nuevo con scratches. Continuamos para bingo, esta vez con Mil esqueletos al sol sabe a spaghetti western y a ska en estado puro.

Vamos con una balada. Plata o plomo es una bellísima canción, dónde la línea que describen las guitarras y el bajo, nos mecen suavemente hasta una historia tan cruda como bonita: la de una mujer que tras perder a su amado a manos de una banda rival, decide vengarse usando sus mismas armas.

Morirse de pena es el tema del que os hablaba al principio de la entrada. Una vez más, coros mariachis y desfase sin control. Si bien no es el mejor tema del disco, le tengo cierto aprecio por haberme descubierto a tan enorme banda.

Bajamos las revoluciones con un poco de reggae. No hay amor continúa con ese espíritu vacilón y optimista, del que te da ganas de asentir con la cabeza mientras sonríes. Pero no os durmáis, porque La Pulquería aún no ha gastado todas las balas de su revólver y con Pancho Tequila, que cuenta la historia de un bravucón cualquiera al que el destino acaba cobrándole lo que se merece, las guitarras, las trompetas y los gritos desenfrenados de su vocalista, Huracán Romántica, no nos van a dejar tan pronto.

Quiero saber es un homenaje a todos los inmigrantes. A toda esa gente que deja su patria para buscar algo mejor y que sufre por la gente que dejó allá en su hogar. Tema elegante, con regusto a tango y con mucha nostalgia impregnada.

Tan sierto que pasó es una auténtica delicia. Se trata de una pequeña historieta en la que unos fulanos creen encontrar un burdel en pleno desierto mexicano que resulta ser una nave estraterrestre, y terminan defendiéndose unos a otros de los gringos. Sci-fi ranchera. Risas aseguradas. Rancho Pérez, una pequeña pieza de guitarra, cierra el disco, dejando un inmejorable sabor de boca.

Espero que os animéis a escucharlo porque de verdad que el disco no tiene desperdicio y, además, La Pulquería es una banda más que interesante: tras un segundo disco, C'mon fandango, en el que la fusión de estilos iba incluso más allá (aunque el trabajo en general fuese algo más flojito) decidieron romper con su discográfica y embarcarse en la siempre difícil aventura de la autogestión y el año pasado publicaron su tercera referencia, un conjunto de tres EPs (Para to take a güey, Everybody arrozarse y Dulce de leches) bajo el nombre de Fast cuisine.

Cuidaos mucho gentuza. Que os den por culo, y un abrazo.

2 de junio de 2011

Sangre fresca (MAYO 2011)

Ya huele a junio. Huele a sudorosas tardes de estudio, a exámenes, a calor sofocante. Pero antes de meternos de lleno en este mes tan odiado como imprescindible, nos toca repasar todo lo que mayo ha dado de sí en el mundillo del rock (y del no-rock... ya veréis por qué, jiji).

Comenzamos con el Material defectuoso de Extremoduro. El disco sigue claramente la línea marcada por su predecesor, La ley innata: pocos temas con una duración más extensa de lo habitual y con un estilo mucho más melódico y elegante, y regalándonos nuevos experimentos, como ese genial Tango suicida. Imprescindible para los amantes de la poesía callejera de Robe.
"Pide un deseo, quiero que caiga una droga del cielo..." buen ritmo de blues y un saxo exquisito.

Eddie Vedder, nuestro surfero favorito, publica Ukelele songs, su segundo disco en solitario. Creía que el nombre del disco era simplemente eso, un título. Pero no. Acompañado simplemente por un ukelele, su magistral voz y algún que otro arreglo con cuerdas, Eddie Vedder crea, a base de composiciones originales y algunas versiones, un trabajo íntimo y  minimalista, que puede causar dos reacciones claras y bien diferenciadas: o te toca la fibra sensible y te encanta, o acabas hasta los mismísimos de tanto ukelele.
Sooomewheeere oover the raaaainbow... Ah no, espera.

Los Journey pertenecen a esa estirpe de viejos rockeros que se niegan a dejar el panorama (no tengo muy claro de sí por devoción o por problemas financieros) y por eso nos presentan Eclipse, segundo disco con Arnel Pineda, ese pelo Pantenne filipino que no termina de convencerme como cantante. No es malo, pero no es Steve Perry. El título no podría ser menos premonitorio, pues tenemos Journey para rato y en mi opinión, mantiene la esencia mística y emotiva de sus mejores tiempos.

Seether nunca me ha gustado, lo siento. Ya sé que es raro que yo diga esto, pero me aburren. Temas muy previsibles y sin mucha chicha. Mucho ritmo machacón, mucho estribillo melódico, mucha influencia sureña, pero siguen haciendo lo que han hecho montones de grupos durante la última década. Ojo, que no les quito mérito, que si a ellos les gusta, no seré yo quién se lo impida, pero desde luego, este Holding onto strings better left to fray no voy a escucharlo más de lo que lo he oído para hacer este breve comentario.
Primer single y creo que la única canción que tiene opciones de quedarse en mi reproductor de música.

Arch Enemy continúan con su fórmula de guitarras afiladas, voces guturales y doble bombo. Death metal en vena, vamos. Khaos legions fascinará a los fans y mentiría si dijera que a mí también. Michael Amott es un genio y Angela Gossow escupe fuego en cada frase, pero más allá de eso, al disco no se le saca mucho jugo. No obstante, y a diferencia de Seether, creo que le pegaré varias escuchas antes de cansarme.
Suena la alarma. Poneos a cubierto.

He de reconocer que nunca había escuchado Sixx: A.M., pero me arrepiento mucho de ello. This is gonna hurt, que no sé porque tenía la idea de que sería otro disco de los Mötley Crue pero con un cantante diferente. Pero no, Nikki Six ha hecho muy bien los deberes al juntarse con James Michael y ese guitarrista con nombre de pinchadiscos, DJ Ashba, para parir una auténtica joya. Una lección de buen rock camaleónico, coqueteando con el gótico, el nu, el sinfónico (los pelos de punta con Skin) e incluso el industrial.
No voy a comparar a Michael con Vince Neil pero... no voy a comparar.

Coged unas cervezas, que llegan los Flogging Molly con un Speed of darkness cargado nuevamente de potente celtic-punk. Melodías pegadizas alternadas con preciosas tonadas más lentas y melancólicas. Disco que no pasara a los anales de la historia, pues no deja de ser uno más en su género, pero te hace pasar un muy buen rato y se deja disfrutar.
Sólo se me ocurre una cosa que decir: ¡yiiiiiiiha!

Regresan los Beastie Boys, y os mentiría si os dijese que el disco rompe esquemas. No obstante ¿podrían los neoyorquinos romper algún esquema más? Hot sauce comittee Pt.2 entra en tromba con sintetizadores, ritmos funkys y scratches imposibles, todo con un sabor old school que hace la boca agua.
Un poquito de hardcore punk para acompañar y... ¡zas, temazo al canto!

Les ha costado, pero al fin Los Chikos del Maíz sacan a la luz Pasión de talibanes. Y es una auténtica bomba. Rapeos plagados de referencias a la literatura, el cine y la cultura popular, incendiarios a más no poder, sobre bases que no son de este mundo. Si bien es cierto que uno puede o no estar de acuerdo con lo que dicen (resultan algo extremistas, aunque ese es parte de su encanto) hay que reconocer que lo dicen con una acidez y un savoir faire que, si llevase sombrero, me lo quitaría. De momento sólo me quito el cráneo.
Dedicado a todos los tronistas del país. Disfrutadlo, hijos de puta.

La siguiente novedad es Born this way. Sí, estáis en lo cierto, es lo nuevo de Lady GaGa. ¿Y por qué hablar de Lady GaGa en un blog dedicado, al menos en su mayoría, al rock? Pues lo primero es, porque nos guste o no, es una artista con todas las letras. Que sí, que es muy histriónica y que los medios le dan demasiado bombo. Pero una tía que alenta a sus fans a idolatrar a Kiss y Anthrax, o que ejerce de roadie espontánea en un concierto de Iron Maiden, se merece un huequecito aquí.
Además, y para que voy a negarlo, me mola lo que hace. No todo, por supuesto, pero sí la gran mayoría. Metiéndonos ya en harina, Born this way es un paso más en ese estilo tan peculiar de la señorita Stefani Joanne Angelina Germanotta (toma nombraco), alejándose un poco del sonido dance más típico y buscando nuevas fórmulas para reventar las pistas de baile. Aunque también nos encontramos con temas más elaborados y menos pachangueros, como la genial y atípica Yoü and me, con Brian May a la guitarra.
Esa guitarra seca me pone a mil.

Y para terminar, me vais a permitir un poco de publicidad. Nuestros paisanos y amigos de Sealen publican por fin, y después de sangre, sudor y lágrimas, su primer disco. Deathly silence es una explosión de sonido, en el que se mezclan metal y hard rock a partes iguales, obteniendo como resultado un estilo genuino y trallero. Os dejo con la promo que publicaron hace unos meses sobre el trabajo y os invito a pasar por su myspace (http://www.myspace.com/sealenband) para escuchar el single y si os mola, a remover cielo y tierra para conseguir el disco (nos han comunicado que en unos días, pondrán a disposición de los que quieran las instrucciones para conseguirlo). Bueno, no os invito. ¡Os obligo!

Mayo también nos ha traído dos encuestas sobre músicos, en concreto, guitarristas y bateras. Aunque antes de analizar el veredicto debo decir que hemos tenido algunos problemas con las encuestas del blog (por no hablar de algunos comentarios que se nos borraron...) y los resultados en el caso de la encuesta de guitarristas no son muy fiables en cuanto a participación, aunque creo que sí mantienen la proporcionalidad.

¿Cuál ha sido el veredicto? Pues que Jimmy Page, el responsable de algunos de los mejores riffs de la historia, es vuestro favorito. Pero favorito de verdad, pues aunque Richards, Blackmore, y Petrucci han mantenido el tipo, el bueno de Jimmy ha barrido con todo y con todos.


Y por los resultados de la segunda encuesta, está claro que los Zeppelin tienen una buena legión de fans, pues  Bonzo vuelve a ocupar el primer puesto de la lista y con mucha ventaja sobre sus competidores, y Lombardo y Portnoy, que se las prometían muy felices, acabaron rendidos ante él.


Aquí acaba el repaso gentuza. Mucha suerte a todos los que tengáis exámenes y recordad que tras el sufrimiento, siempre llega una buena recompensa. Pero hasta entonces, nos seguiremos leyendo.
Un abrazo, y que os den por culo.